¿Y si estás huyendo de quien fuiste creado para ser?
El llamado de Dios a Jeremías y a nosotros
Hay llamados que nos sacuden. Que nos sacan de nuestro plan, comodidad y nos confrontan con nuestros miedos. Eso fue lo que le pasó a Jeremías.
Cuando Dios lo llama como profeta, Jeremías no salta de emoción. No dice “aquí estoy, envíame a mí”. Más bien pone excusas: “Soy muy joven… no sé hablar…” (Jer. 1:6). En otras palabras: “No puedo. No soy suficiente. Manda a otro.”
Sin embargo, Dios insiste:
“Antes de formarte en el vientre, ya te había elegido… ya te había apartado… te nombré profeta para las naciones.” (Jer. 1:5)
Y así como Jeremías. Dios nos ha llamado a nosotros desde antes de haber nacido.
La pregunta es: ¿Estamos resistiendo el llamado?
O, ¿hemos entendido a qué Dios nos está llamando?
Detrás de toda resistencia al llamado, muchas veces lo que hay es una crisis más profunda: no hemos entendido quiénes somos ni para qué fuimos formados.
Fuiste formado con un propósito
La palabra clave que Dios usa aquí es “formar”. En hebreo, se relaciona con el trabajo de un alfarero moldeando una vasija. Jeremías no fue improvisado. Fue diseñado con un propósito específico en mente. No fue llamado a algo ajeno a su identidad; fue formado para eso.
Lo mismo afirma Isaías cuando dice:
“Desde el seno materno me formó para que fuera su siervo” (Is. 49:5).
Dios no improvisa. Cada uno de nosotros ha sido moldeado con intención. Y si su llamado nos incomoda, no es porque sea extraño a nosotros, sino porque tal vez aún no hemos descubierto cómo fuimos formados; cuál es nuestro diseño.
¿Es posible resistirse al llamado?
Después de que Jeremías descubre para que lo había llamado Dios, pone excusas.
Tiene miedo.
Se siente incapaz.
Y Dios no lo reprende por sentir temor, en cambio, le da ánimo:
“No digas: ‘Soy muy joven’… No tengas temor… Yo estoy contigo para librarte” (Jer. 1:7–8)
Dios no le quita el peso del llamado, pero le promete su presencia.
¿Podía Jeremías decir “no”?
En cierto sentido, sí. Pero, como explica el teólogo John Goldingay, eso sería como un metal intentando cambiar su forma: una lucha constante contra su diseño más profundo.
Podemos resistir el llamado, pero sería luchar contra nuestra propia naturaleza y diseño. Sería negar lo que somos.
Y como diría Walter Brueggemann, resistirnos al llamado no detiene los planes de Dios, pero nos deja en conflicto con su palabra soberana. En lugar de ser parte del movimiento de Dios, nos convertimos en su resistencia. Y eso es agotador.
El llamado siempre nos supera
No hay llamado divino que no nos supere. Moisés dijo que no sabía hablar. Isaías se vio indigno. Pedro se sintió demasiado pecador. Jeremías dijo que era muy joven.
Dios no llama a los que se sienten listos. Llama a los que están dispuestos a confiar.
“He puesto en tu boca mis palabras” (Jer. 1:9)
La misión de Jeremías sería dura: hablar en tiempos de crisis, ser rechazado, no ver fruto durante décadas. Pero también se le dio una promesa: “Yo estoy contigo.” No solo fue formado para la misión, sino sostenido en ella.
Y tú… ¿Qué estás resistiendo?
Quizá no se te ha aparecido una zarza ardiente ni has escuchado una voz del cielo. Pero puede que haya un sentir interior persistente. Una inquietud que no se va. Un deseo de servir, de enseñar, de consolar, de construir, de plantar.
¿Y si esa voz que evades es parte de quién eres?
¿Y si estás huyendo de tu propio diseño?
Resistirse al llamado no es simplemente desobedecer. Es pelear contra la forma en que fuiste creado. Es sabotear tu propio gozo.
Es negar lo que Dios diseñó para ti.
Ríndete. Pero no al miedo.
Ríndete al Dios que te formó. Al que conoce tus temores y, aun así, te llama.
Al que no te promete facilidad, pero sí su presencia.
Porque al final, obedecer el llamado es: decidir ser quien fuiste creado para ser.
Como Jeremías, puedes decir “no sé hablar”, “soy muy joven”, “no tengo lo que se necesita”.
Y Dios te responderá: “Yo estoy contigo.”
Y eso basta.